Robert se encontraba
en su estudio. Estaba solo, su amada Channel, como siempre había salido. Él
esperaba ansioso la activación del sensor de movimiento ubicado en el sótano.
Llevaba varias semanas experimentando y siempre había fallado. En esta oportunidad
había calculado muy detalladamente todas las variables. Su tranquilidad y
felicidad dependían del éxito de este último invento. Todo lo hacía por su
querida Channel aunque ni ella sabía en qué se ocupaba cuando se encerraba en
el sótano. Nadie podía conocer en qué trabajaba ya que el éxito de su invento
significaba una pérdida para alguien.
Fue cerca de las tres de la madrugada cuando se activó la luz que indicaba que el sensor de movimiento había captado algo. Quedó inmóvil, por instinto aguantó la respiración y a los pocos segundos escuchó un maullido inconfundible y el correr desenfrenado del animal. Nuevamente había escapado. Robert exhaló profundo, se acarició el cuello y exclamó muy suave: —¡Joder!
Fue cerca de las tres de la madrugada cuando se activó la luz que indicaba que el sensor de movimiento había captado algo. Quedó inmóvil, por instinto aguantó la respiración y a los pocos segundos escuchó un maullido inconfundible y el correr desenfrenado del animal. Nuevamente había escapado. Robert exhaló profundo, se acarició el cuello y exclamó muy suave: —¡Joder!
Se hundió en el
sillón queriendo pensar en nuevas maneras de atraparlo, sin embargo, como suave
lluvia las dudas comenzaron a llegar y una sensación de fracaso lo invadió:
“Nunca lo lograré, ese gato es demasiado inteligente para caer en trampa
alguna”. También llegaron a su pensamiento sombrías reflexiones que ahondaron
su tristeza: “¿Es correcto lo que hago? ¿Y si yo fuese el afectado, qué haría?
¿Qué pasaría si me descubriesen?” Inmerso en aquellas meditaciones extravió el
sentido del tiempo, hasta que ya sin esperanzas de éxito finalmente tomó una
decisión: temprano en la mañana llamaría a su amiga Mónica. Ella puede ayudarlo
a resolver su preocupación. Fue difícil para él tomar esa decisión. No quería
perder a Channel, su gran compañera.
Con pies cansados
salió del estudio rumbo a su habitación. Robert cayó pesadamente sobre su cama.
Durmió mal y poco, sin embargo, se levantó muy temprano y conversa con su amiga
Mónica. Quedaron en encontrarse antes del mediodía.
Cerca de la hora de
salida, Channel continua durmiendo, así que Robert le acaricia suavemente el
entrecejo mientras le dice:
—Mi linda… mi reina, levántate, tenemos que salir.
—Mi linda… mi reina, levántate, tenemos que salir.
Ella lentamente
entreabre los ojos y vuelve a cerrarlos. No muestra el más mínimo interés en
sus palabras. Todavía con sueñito en sus ojos se despereza lentamente una y
otra vez. Había llegado temprano en la madrugada. Anduvo por el barrio dando
vueltas hasta que coincidió con Mark. La misma luna de siempre brilló con más
fulgor para ambos. Ella ama a Robert, pero no consigue evitar salir de casa.
Necesita la atención que sólo Mark puede darle.
—Despierta cariño.
Mónica nos espera. Además, tengo que confesarte algo. No te había dicho nada
porque quería darte una sorpresa. He realizado muchos intentos para tener a
Mark con nosotros. Lo he hecho por miedo a que me dejaras. Ya no sé qué
inventar para capturarlo. Anoche volví a fallar. Además, ya no me parece justo
encerrarlo aquí y dejar a su dueño sin mascota. Discúlpame mi reina por lo que
voy hacer, pero no te quiero perder, solo me queda esta opción: Llevarte a
esterilizar. Hoy tienes cita con la veterinaria. ¡Levántate mi linda Channel,
Mónica nos espera!